INSTRUMENTOS DE EVALUACIÓN
PARA UNA SESIÓN DE APRENDIZAJE
INSTRUMENTOS DE EVALUACIÓN.
El
último de los elementos del curriculum que nos queda por analizar es la
evaluación, pero no porque digamos “último” significa que se deba aplicar
cuando haya terminado todo el proceso. Este es un grave error que, en la
actualidad siguen cometiendo muchos docentes: evaluar al final de algún proceso
educativo (mensual, trimestral o anual), mediante algún examen o control, como
únicas formas de valorar lo que el alumnado ha aprendido.
La
evaluación, tal como indican las principales leyes educativas, ha de ser
continua, global y formativa. Esto quiere decir que debemos estar evaluando
siempre (continua), atendiendo a todos los elementos del curriculum (global), a
fin de poder ir realizando las modificaciones que sean necesarias, para mejorar
la calidad de lo que hacemos, dando nueva forma al curriculum (formativa) o
congratulándonos en el caso de que todo esté saliendo bien y tanto alumnos como
profesor estén disfrutando del trabajo que realizan juntos.
Podemos distinguir tres momentos evaluativos:
Evaluación inicial: la llevaremos a cabo al
principio del proceso de enseñanza – aprendizaje, es decir, a principio de
curso, o a principio del desarrollo de una unidad didáctica, o en el momento en
que aparece un estudiante nuevo. Con esta evaluación lo que hacemos es detectar
los conocimientos previos del alumnado, conocer sus intereses y necesidades y
suscitar motivación hacia los contenidos que vamos a tratar. La podemos
realizar a través de preguntas, suscitando una “tormenta de ideas”, mediante
una asamblea en la que se pide opinión, o a través de cuestionarios, si bien
estos resultan más fríos que el diálogo abierto entre todos.
Evaluación continua: como ya indicamos se
lleva a cabo durante todo el proceso de enseñanza – aprendizaje y ha de
servirnos para revisar el funcionamiento del curriculum en todos sus elementos:
objetivos, contenidos, metodología, actividades, recursos… Para valorar el
proceso podemos recurrir a la observación sistemática, a valorar las producciones
del alumnado (trabajos, ejercicios orales, escritos), a cuestionarios o
entrevistas, y no sólo se tratará de evaluaciones que realice el profesor,
también podemos recurrir a la auto-evaluación y a la evaluación de iguales.
Evaluación final: tiene por objetivo el
control de los resultados del aprendizaje, permitiendo determinar si se han
conseguido o no. La información que suministra también puede ser utilizada para
reorientar y mejorar el proceso de aprendizaje y para detectar necesidades
específicas que pueden requerir una intervención pedagógica individualizada
(Monclús, A, 2005).
Algunos de los instrumentos que pueden
resultar útiles para la evaluación son:
Listas de control (check-list): Se utilizan
para registrar si los objetivos han sido alcanzados o no. Se trata de un cuadro
de doble entrada en el que, a la izquierda situaríamos los diferentes objetivos
y a la derecha dos columnas (si/no). El registro consistiría en señalar con un
aspa qué objetivo ha sido conseguido y cuál no.
Escalas de estimación: nos indican en qué
grado se han alcanzado los objetivos, ya que, al tratarse de una escala, las
respuestas están clasificadas en grados, bien de forma numérica, bien de forma
cualitativa (5, 4, 3, 2, 1 / muy bien,
bien, regular, mal, muy mal / siempre, casi siempre, a veces, casi nunca,
nunca).
Registros anecdóticos: nos ayudan a registrar
conductas que se salen de lo habitual. Normalmente el profesorado suele
utilizarlos ante casos de problema de conducta, con la finalidad de tener
constancia por escrito de la conducta problemática de un/a alumno/a. Por
nuestra parte, animamos a que se utilicen también para registrar conductas
positivas, dignas de resaltar. Consisten en un registro en el que se anota:
nombre del alumno, fecha, contexto, hora del día, suceso (en términos
observables y objetivos) e interpretación del suceso.
La carta: es un instrumento apropiado para la
auto-evaluación. Se pide a cada estudiante que escriba una carta a su mejor
amigo. En ella le ha de contar cómo lleva los estudios, qué le está gustando
más, qué le cuesta más trabajo y por qué, qué cosas cambiaría en la asignatura,
qué cosas ha aprendido y para qué le sirven…
Plantillas evaluativas: instrumento muy útil para
realizar la evaluación de iguales. Cada alumno anota en una plantilla la
valoración que hace del trabajo de sus compañeros (trabajos grupales o
individuales), atendiendo a diversos ítems a los que va otorgando una
valoración (pueden ser del tipo check-list o escala de estimación).
Exámenes: pueden ser orales o escritos. Los
primeros son también conocidos como “entrevistas”, en las que el docente, a
través de preguntas que va haciendo al discente, pretende averiguar el nivel de
conocimientos que tiene. Los exámenes escritos pueden ser de tipo test (prueba
objetiva) o de desarrollo. Las primeras se pueden realizar solicitando
respuestas dicotómicas (si-no, verdadero-falso) o respuesta múltiple (a, b, c,
d). Las de desarrollo se pueden realizar con preguntas cortas o preguntas
largas, como prefiera el docente, según lo que quiera desarrollar en sus
alumnos. También pueden ser mixtos: una primera parte objetiva y una segunda de
desarrollo.
Para aumentar los conocimientos sobre
instrumentos de evaluación, aconsejamos consultar Rodríguez, J.L. (1980) y
Bernardo, J. (2004: 243-307), donde el lector encontrará numerosas técnicas
para evaluar contenidos conceptuales, procedimentales y actitudinales y muchos
instrumentos útiles para evaluar.
Resta comentar que la evaluación no sólo ha de
versar sobre el alumnado y los conocimientos, destrezas y actitudes que ha
adquirido a lo largo del proceso, sino que debe abarcar a la totalidad del
curriculum. Por ello, se revisarán los objetivos (si son adecuados o resultan
complejos o, por el contrario, demasiado fáciles de conseguir), los contenidos
(si se adecuan a los intereses, necesidades y edad del alumnado, si son
significativos, realistas, útiles, funcionales…), la metodología empleada (si
está siendo apropiada o conviene introducir dinámicas diferentes), los recursos
(si están en buen estado, son accesibles, si permiten trabajan cómoda y
autónomamente al alumnado). El docente evaluará también su propia actuación, su
preparación, su puesta en práctica… habrá de estar atento a los efectos que
tienen, sobre su alumnado, su actuación, su forma de comportarse y de ser, para
poder ir modificando todo aquello que sea necesario. No hay que olvidar la
fuerza educativa que tiene el “buen ejemplo”. Si queremos formar personas
plenas, responsables, y comprometidas, hemos de empezar por practicar con
nosotros mismos. Así, en la medida en que sepamos auto-orientarnos, podremos
también orientar a los demás. Que ningún docente piense que está exento de
ello. La función orientadora es inherente a la función docente (LOGSE, Art.
60). No estamos fabricando tornillos, estamos formando personas y ésta es una
tarea delicada, maravillosa, que nos compromete como seres humanos y nos lleva
a reflexionar sobre el mismo fenómeno de la educación y a planificar con esmero
aquello que pretendemos conseguir.