EVALUACION FORMATIVA ENFOQUE 2020
La evaluación educativa no
refiere únicamente a ponderar el accionar de los estudiantes, sino también al de los docentes, pues sus
resultados involucran a todo aquel que interviene en el proceso de enseñanza y
aprendizaje, incluida la familia. Por lo tanto, se convierte en el indicador de
cómo ese quehacer colectivo infiere en el desempeño hacia la búsqueda de la
calidad educativa.
Desde hace décadas se ha aportado
información a la literatura conceptual con respecto a la evaluación
formativa, enfatizando en su función motivadora y orientadora, pero descartando
la acción sancionatoria. Si la característica formativa de la evaluación ha
estado en muchos documentos y opiniones desde hace tantos años, ¿de qué sirvió
implantar la evaluación continua, cuando los profesores siguen instalados en
las viejas prácticas evaluadoras? Lo que quiere decir que la principal
dificultad de la evaluación no está en las normas, sino en la concepción que se
tiene de estas y de su práctica en el aula, pues a veces se es reacio a la
innovación, a la capacidad investigativa y el dominio temático y pedagógico.
(Santos, G., 1995).
En la actualidad, la evaluación es
referida desde unas dimensiones y unos propósitos enfocados hacia el NO culpar
al estudiante de sus resultados, sino a crear estrategias para mejorar,
cambiando un poco el paradigma en el sentido de entender la evaluación como
el proceso que nos dice si lo que estamos haciendo está bien o no. Exhorta a
tomar conciencia del papel protagónico del docente, en cuanto al
desarrollo de estrategias que permitan entender la situación cognoscitiva en
que se encuentran los estudiantes, para tomar acciones encaminadas a
transformar sus desempeños escolares en resultados significativos.
Hoy se requiere una evolución de la praxis
en función del acto escolar; dar un giro a las viejas prácticas educativas,
buscando su transformación. Para ello es necesario cambiar el paradigma
educativo hacia la innovación: la necesidad de arriesgarse a pasar de
lo predecible hacia lo impredecible, venciendo el temor al cambio. Einstein,
invita a “no hacer siempre lo mismo, si se busca resultados diferentes”. Por lo
tanto, se requiere educar con sentido desde la libertad, sin descuidar sus
límites, aparte de enseñar a pensar desde esa transformación personal, que
propenda el bienestar del ser humano.
Dochy, Segers y Dierick plantean la
necesidad de pasar de la cultura del examen a la cultura de la evaluación,
a partir de un modelo de evaluación formativa centrado en mejorar el
aprendizaje. En éste mismo sentido, Santos (2010), Álvarez (2010), López &
Pérez (2017) critican el modelo tradicional centrado en exámenes y
calificaciones, y enfatizan en la confusión entre evaluación continua con
examen continuo. Hoy se exhorta a utilizar una evaluación que esté al
servicio del conocimiento y del aprendizaje, y no otra que sirva para
descalificar o para penalizar.
No es un mito que hoy se utilice las
pruebas escritas como producto final para valorar el desempeño del estudiante
mediante la figura de evaluación sumativa. Este instrumento de evaluación
es quizás inadecuado, en el sentido de que no se debería evaluar contenidos con
conocimiento de memoria, sino con conocimientos contextualizados, pues, en
ocasiones se indaga por aspectos memorísticos, lo que Pérez (2003) llama la
capacidad de reproducir un contenido. O cuando se enseña para un examen, y
convertimos el proceso educativo en la enseñanza bancaria (Freire,
1970) en el que se memoriza para vomitar en un examen. Y peor aún, se utiliza
la evaluación como instrumento de control (Santos Guerra), como una forma o
mecanismo de presión sobre el estudiante, creando fobia y por ende afectando
los resultados.
Así que la evaluación formativa debe
formar parte integral tanto del proceso de enseñanza como del aprendizaje, de
tal manera que exista un diálogo permanente entre lo que se enseña y lo que se
aprende, para lograr que el desarrollo de las competencias, se evidencie
en los desempeños.
5 aspectos a considerar en una evaluación
formativa
- ·
Una evaluación que pueda
responder claramente a los interrogantes: ¿hacia dónde vamos?, ¿dónde estamos?
y ¿cómo podemos seguir avanzando?
- ·
Una evaluación que enseñe si el
estudiante realmente aprende o, en su defecto, permita crear estrategias para
corregir las dificultades.
- ·
Una evaluación que maneje
diferentes técnicas e instrumentos, en cuyos criterios, los estudiantes
comprenden con claridad, lo que se espera de sus desempeños.
- ·
Una evaluación donde se cambie
el paradigma negativo del error, en donde éste sea considerado como una
oportunidad para el aprendizaje.
- ·
Una evaluación cuya finalidad
principal no sea calificar al estudiante, sino disponer de información que
permita saber cómo ayudar a mejorar su aprendizaje y para que el profesor
aprenda a hacer un trabajo cada día mejor.
- ·
Todo esto a través de una
evaluación formativa cuya finalidad principal sea mejorar los procesos de
enseñanza y de aprendizaje, en donde se beneficie el proceso, el aprendizaje,
el alumno y el docente, pero fundamentalmente, una evaluación que permita
ser evaluada.